Desde su época de formación hasta sus últimos días, Paul Klee fue un artista fascinado por la observación de la naturaleza y sus fenómenos. Su curiosidad por el origen de la forma y de la expresión artística lo llevaron a estudiar atentamente su entorno inmediato, en las afueras de Berna, así como las plantas, animales, paisajes y fenómenos atmosféricos presentes en los distintos viajes que realizó a lo largo de la su vida. Este bagaje y las lecturas de libros como La metamorfosis de las plantas de J. W. Goethe marcaron su posterior etapa como profesor de la Bauhaus, y dieron pie a todo un corpus temático que se convertiría a la vez en refugio artístico frente al reto que supuso convivir con una enfermedad fatal los últimos años de su vida.
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Paul Klee
Paul Klee es un artista de muy difícil catalogación, imposible de asignar a ninguna tendencia clara ni a una escuela determinada. Durante su juventud estuvo cercano al clima intelectual del expresionismo alemán y su obra posterior se aproximó en algunos momentos a la abstracción geométrica y en otros al surrealismo.
Nació cerca de Berna, en el seno de una familia de músicos, y la música fue fundamental tanto para su vida como para su obra. Se formó artísticamente en Múnich, donde estuvo vinculado al grupo Der Blaue Reiter (El Jinete Azul) junto con Wassily Kandinsky, Franz Marc, August Macke y Alexej Jawlensky. En esta ciudad, entonces uno de los centros artísticos más avanzados, comenzó su interés por la vanguardia internacional, que le llevó a realizar la obligada visita a París, donde le impresionó especialmente la obra de Robert Delaunay. En 1914 viajó a Túnez con Macke y Louis Moilliet. Allí, la luz del norte de África le hizo descubrir el color, que sería a partir de entonces el motivo principal de sus investigaciones artísticas. Durante la guerra fue movilizado, pero siguió pintando (sobre todo acuarelas) dentro de un estilo luminoso y con un cierto aire expresionista. Entre 1921 y 1931 fue profesor de la Bauhaus, primero en Weimar y más tarde en Dessau. Esos fueron los años más fructíferos de su carrera artística, cuando su lenguaje pictórico se consolidó definitivamente y su obra comenzó a ser conocida. A pesar de su talante independiente, el tono constructivo de la Bauhaus se hizo notar en su producción artística, especialmente en el periodo de Dessau. En 1928 viajó a Egipto y el paisaje de ese país inspiró sus composiciones estriadas, relacionadas con su teoría de las estructuras horizontales y verticales, e influyó en la incorporación de jeroglíficos e inscripciones a su pintura. De 1931 a 1933 vivió en Düsseldorf, donde trabajó como profesor de la Akademie. Tras la llegada del nazismo, y la declaración de su arte como degenerado, tuvo que abandonar Alemania y regresar a Berna, donde transcurrieron los últimos años de su vida. A pesar de su pesimismo y su debilidad física, consecuencia de una grave enfermedad que padecería en 1935, esta etapa final fue de una intensidad creadora sin precedentes. Entonces, quizá más que nunca, su pintura consiguió una perfecta unidad entre la vida y el arte.