Copio un extracto que me encanta del epílogo:
"Este libro es autobiográfico. Su germen es el cuaderno-diccionario que escribí para el Buenos Aires Tour: una lista de veintisiete palabras, definidas brevemente, que formaban, o al menos eso me pareció entonces, una suerte de mapa de mis obsesiones más fieles. Pensé, en algún momento, que podía ampliar la lista superponiendo al mapa original otros mapas o pedacitos d mapas con los que suelo perderme y así encaminarme, una vez más, a las preguntas que me interesan, no a sus respuestas. Colaboraría, tal vez, a armar un pequeño laberinto dentro de otro laberinto y allí escondería con suerte un carozo de la infancia.
Recordé, no sé si antes o después, que de chica leía el "Lo sé todo". Me encantaban la arbitraria yuxtaposición de los temas, los inventarios sin importancia, el cambio repentino de geografías y tiempos, en una palabra, el clima de bazar o mercado de pulgas que se instalaba en su páginas llenas de ilustraciones. Decidí aplicar la estrategia a mi breve empresa de archivo. ¿No era la infancia, acaso, la habitación favorita del poema? Ambos son pensamientos de lo que no piensa, sueño sin soñador y murmullo de lo indiscernible. "Un exceso de infancia - escribió Bachelard - es un germen de poema". En ambos , el asombro reemplaza las percepciones y una manera absoluta de ver comunica con los descubrimientos felices, los únicos que cuentan.
No dudé más. Me lancé sin demora a coleccionar objetos, autores y personajes de una dimensión privada que acaso sea la mía. (Muchos de ellos provienen de mis porpios libros - en especial Museo Negro y Galería Fantástica - , con los que éste pequeño Mundo comparte, si no me equivoco, una acústica nocturna y tal vez forme una trilogía).
Como fuere, en mi pequeña cacería di con familias imprevisibles y universos desordenados que apenas logran disimular mi debilidad por lo arcaico, lo diminuto o lo arisco: todo aquello que, a mi entender, favorece la construcción de un lenguaje insumiso contra la clausura y las formas rígidas que impone siempre el realismo del poder.
No hay, me dije, para un artista, más deber que evitar lo unívoco y recordar que lo bello es una especie dentro de lo raro.
Así lo escribí: como quien entra a un reino mágico o a un museo de palabras para jugar con la memoria de lo que perderá. me inclino a pensar que su aspecto de tímido diccionario encubre mal una guía imaginaria del miedo y que su aire de pequeño manual de estética señala más bien la añoranza, cada vez más fuerte, de un movimiento que pudiera llevarme al centro vacío del ser."