Sé por el contrario fuerte, y cuando veas la injusticia y la hayas identificado como tal (la desigualdad en la vida, una mentira en la ciencia, un sufrimiento causado por otro), rebélate contra la iniquidad, la mentira y la injusticia. ¡Lucha! Luchar es vivir, y cuanto más encarnizada sea la lucha más intensa será la vida. Entonces habrás vivido; y unas horas de esa vida valen años gastados vegetando.
Lucha para permitir a todos vivir en esa vida rica y desbordante. Y no dudes de que en esta lucha hallarás un gozo superior al que pueda proporcionarte cualquier otra actividad.
Nos hallamos ante un texto extraordinario, una lúcida reflexión sobre el pensamiento anarquista, sobre sus fundamentos, y sobre la moral que lo sustenta. Un libro necesario para concienciarnos ante las derivas autocráticas de nuestro tiempo, y sobre la necesidad inminente de enfrentarnos a ellas desde la solidaridad y el apoyo mutuo. Kropotkin nos muestra, con excepcional claridad, los pilares en los que se sostendría la moral anarquista, que brota desde la moral íntima y personal para construir entre todos una sociedad más justa, igualitaria y humana.
El racionalista e ilustrado Piotr Alekséyevich Kropotkin, heredero político de la Revolución Francesa, influido profundamente por pensadores como Jean-Jacques Rousseau y sus ideas sobre la sociedad igualitaria, o Francois Babeuf y su Conjura de los Iguales, nació en Moscú, en una familia aristocrática. Está considerado el principal teórico del movimiento anarquista.
Kropotkin vio la luz el 9 de diciembre de 1842. Su padre, el príncipe Alekséi Petróvich Kropotkin, era dueño de grandes latifundios y disponía de más de 1.200 siervos. Su madre era hija de un general ruso.
La concepción de la sociedad que Kropotkin defendía se basa en la cooperación voluntaria de personas libres. Escribió numerosos libros y artículos, entre los que destacan La conquista del pan, Campos, fábricas y talleres, y su principal obra científico-social, El apoyo mutuo.
Una vida azarosa la del abuelo del anarquismo, quien, tras volver a su patria al triunfar la Revolución de 1917, después de un prolongado exilio, murió en 1921.
Una multitud de más de 100.000 personas acompañó el féretro los 8 kilómetros que distaban hasta el Cementerio Novo-dévichi, donde fue enterrado. Siguiendo al cortrejo fúnebre, una orquesta interpretaba la Sinfonía Patética de Chaikovski.
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