Un día se rompieron los espejos, y la higuera apareció con crueldad y luz e mi puerta, más allá de ensoñaciones literarias.
Cada higo era una escritora, y todas tenían más dinero que yo, y ninguna era gitana. Todas sabían leer y escribir en épocas en las que mi madre no habría podido. Todas habían tenido vidas fascinantes rodeadas de arte y de viajes, de tiempo de reflexión, de retratos y fotografías y armarios estilosos, mientras la mayoría de sus contemporáneas gitanas no constaban ni en los censos ( y, si constaban, era en los discriminatorios=
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