Angustias
el 13-05-2024
Prólogo manuscrito conservado en la Biblioteca Real de Copenhague, escrito para los dos primeros discursos edificantes publicados en 1843, por Soren Kierkegaard.
Que un joven licenciado en teología se atreva a publicar sermones, cosa que hasta los renombrados oradores eclesiásticos hacen raramente, es un hecho tan extraño, que a nadie le costara entenderme cuando digo que mi intención, tanto como mi deseo, es que la literatura los ignore, por completo. Visto el asunto de ese modo, no sería tan grande el incidente de que llegue a ser un librito superfluo entre otros. Un autor que, tal como yo lo hago, tiene la deferencia de reconocer su falta de importancia, muestra que conoce sus de eres hacia el prójimo y hace cuando menos lo que esta a su alcance para impedir que alguien desperdicie su dinero, su tiempo y su esfuerzo. Estos sermones no son publicados con el fin de atraer hacia sí, y buenos acuñación hacia su autor, la atención de nadie. Aparecen de manera clandestina y desean, en razón de su ilegítima y dudosa procedencia, deslizarse por la vida de modo oculto e inadvertido. No se los publica para que los lea un crítico autorizado, cosa que se muestra ya suficientemente en la forma, que en más de un sentido se aparta de la forma autorizada; ello, sin embargo, no se debe a que la forma sea accesoria en relación con el pensamiento expresado. Sólo lo originario es edificante, y sólo lo es en la medida en que permanece en su originalidad como algo presente, pues sólo lo presente es edificante, y eso es algo que desaparece más y más cuando se quiere dar originalidad al estado de ánimo, y a lo natural el tiempo suficiente como para que, por así decirlo, se cambie de ropa, pensando si el traje convencional o el traje histórico sería más propicio o más honroso.
Pero no digamos más al respecto. Me apenaría que esta observación marginal o que estos dos sermones fueran la causa - inocente, por cierto - que hiciera que alguna mente, genuinamente especulativa, quisiera explicarme qué es aquello que la época exige con categórica necesidad. Lejos estoy, y por más de un motivo, de coquetear con la complaciente idea de haber comprendido la época; y eso de querer comprender a la época, es como tal, una tarea que, dada su grandeza, sólo les cabe a los pensadores, no a las mentes más limitadas. Teniendo esto en cuenta, he escogido la tarea menor, una que en nuestra época, a la que sólo conmueven las grandes ideas, se le llamará tal vez una tarea insignificante y necia: la de querer comprender a un ser humano totalmente particular, por ejemplo: uno mismo. Con respecto a esta tarea, abrigo un deseo, al que en nuestra época, que sólo vive para grandes y amplias ideas, se le llamará una necedad: el deseo de ser comprendido por un ser humano totalmente particular, por aquel a quien con alegría y hasta con gratitud he de llamar mi lector, sin ocultar el hecho de que éste, al aceptar ser mi lector, hace por mci más de lo que yo puedo hacer por él al escribir para él.
Pese a que este pequeño libro sólo desea ser lo que es, algo superfluo, y que sólo le apetece permanecer en las sombras, no por eso me he despedido de él sin poner en él una esperanza un tanto aventurada. Suponiendo que, con su partida, iniciara de alguna manera un viaje, dejé que mis ojos lo siguieran durante un rato. Pude ver entonces que iba por caminos solitarios, o solitari por caminos populosos. El cabo de algún que otro malentendido, tras haber sido engañado por alguna vaga semejanza, dio finalmente, con ese individuo que yo llamo mi lector.
Soren Kierkegaard. 1843
Borrador manuscrito del prólogo (no definitivo) a los dos primeros discursos edificantes.
Biblioteca Real de Copenhague.
Extraído del libro:
Escritos de Soren Kierkegaard. Vol 5.
Discursos Edificantes / Tres discursos para ocasiones supuestas
Editorial Trotta 2010
Introducción y edición a cargo de Darío González