Tras defender y adoptar el heliocentrismo copernicano, ampliándolo a un universo infinito en La cena de las Cenizas y tras exponer el sustrato ontológico de este universo infinito y sustancialmente uno en De la causa, el principio y el uno (publicados ambos en Londres en 1584; Clásicos del Pensamiento 140 y 154), Giordano Bruno publica en ese mismo año una nueva entrega de la obra unitaria que son los diálogos italianos con Del infinito: el universo y los mundos. El título indica ya que la obra sustenta la ampliación del copernicanismo hacia un universo infinito y homogéneo mediante la crítica sistemática e inmisericorde del planteamiento finitista de Aristóteles en el tratado denominado tradicionalmente De caelo et mundo. Contra Aristóteles, Bruno establece la existencia de un espacio infinito y homogéneo, receptáculo del universo infinito que lo llena eternamente con los infinitos sistemas planetarios separados por vastas extensiones de espacio, de acuerdo con el necesario despliegue de la infinita potencia divina, que no quiere sino producir actualmente todo cuanto puede en una expresión completa y perfecta de su esencia infinita.
"¿Por qué queremos o podemos pensar que la divina eficacia está ociosa?, ¿por qué queremos decir que la divina bondad, que puede comunicarse a infinitas cosas y puede difundirse infinitamente, quiere ser escasa y constreñirse en nada, dado que cualquier cosa finita es nada en comparación con el infinito?; (...) ¿por qué debe quedar frustrada la capacidad infinita, defraudada la posibilidad de infinitos mundos que pueden existir, perjudicada la excelencia de la imagen divina, que debería resplandecer en un espejo no contraído y según su modo de ser infinito, inmenso?"
Sé el primero en dejar una opinión